Hoy, al conmemorar el magnicidio de Allende, los pueblos se yerguen sobre su historia ante agazapados ejércitos de asesinos; una América incorruptible se incorpora allí donde los canallas se aniquilan.
En el 40 aniversario del asesinato de Salvador Allende, justo en los tiempos contemporáneos en donde las crisis continuas del capitalismo han llevado al mundo al desconcierto y a mirar con esperanzas el ascenso de formas de poder democráticas levantadas sobre los hombros de las muchedumbres, un estigma imborrable pesa sobre la palabra democracia, el asesinato del presidente electo de los chilenos, que cayendo muerto yace sobre los hombros de los más humildes americanos, las grandes mayorías electoras. Una afrenta a la legitimidad y a la decencia, aparece armada en un ejército vil que defrauda a todo su pueblo y advierte a América y al mundo que la condición de civil es desdichada, que el nuevo proyecto imperialista, no sólo era invadir Asia, jugar a la guerra fría, aumentar las ganancias bancarias sembrando guerras, sino también amedrentando a sus pueblos y obligándolos a caminar indiferentes entre “rastrojos de difuntos”, como lo expresara el poeta cubano Silvio Rodríguez. Hoy, al conmemorar el magnicidio de Allende, los pueblos se yerguen sobre su historia ante agazapados ejércitos de asesinos; una América incorruptible se incorpora allí donde los canallas se aniquilan.
"No somos jueces somos testigos.
Nuestra tarea es hacer posible que la
humanidad sea testigo de estos crímenes
horrendos y ponerla del lado de la justicia".
Nuestra tarea es hacer posible que la
humanidad sea testigo de estos crímenes
horrendos y ponerla del lado de la justicia".
Bertrand Russell
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