.

.

domingo, 15 de febrero de 2009

PARA REFLEXIONAR

Ahí llevais unos cuantos artículos interesantes y que invitan a la reflexión.


La fiebre de la farsa.
Por José María Martínez.CNT, de Madrid, 30-10-1933.Recogido del libro de Ramón Alvarez Palomo:José María Martínez: símbolo ejemplardel obrerismo militante.



Está en su apogeo la fiebre electoral. Es mejor calificarla de fiebre de la farsa. Una pléyade de políticos de todos los matices y con múltiples programas, van por todas partes como desviviéndose por servir al pueblo para hacerle feliz. En cada villorrio, en cada barrio, en cada distrito, un mitin de cada fracción política. Es un derroche de verborrea, de demagogia, de jacobinismo. Brotan los Demóstenes como las ortigas. Es la época en que se revelan, en serie, sabios capaces de resolver fácilmente los problemas más difíciles.Manifiestos a granel, conferencias a domicilio, sermones laicos en la plaza pública; una plaga imposible de atajar. En el ligero avión, en el pesado tren o el rápido automóvil viajan sin cesar los personajes de la comedia política a la caza de un acta. No hay rincón al que no llegue el latiguillo emocionante, la frase mordaz, la promesa redentora del político traicionero.Las complacencias de estas gentes son un dechado de democracia con los electores. Sonrisitas por acá, ceremonias por allá, ofrecimientos por el otro lado, palmaditas en los hombros, fuertes apretones de manos, efusivos abrazos...Tal parece, en vísperas de la inmoral comedia electorera, que la sociedad ha transformado repentinamente a los hombres, convirtiendo los odios en fraternal aglutinante. El señorito, rebosante de orgullo, desciende a la choza, afable y generoso. El furibundo demagogo, sube al palacio y dobla su altanería tribunicia. La diferencia de clases, la divergencia de programas se esfuma en el ambiente de cordialidad de lobos ¿No son todos unos, a la postre? Lo esencial, lo que todos anhelan, aquello por lo que se desviven, es el triunfo. Alianzas que, teóricamente, son una inconsecuencia, se realizan. Se llevan a cabo procedimientos que encierran la negación más rotunda. La única moral -moral loyolesca- es la de lograr el triunfo sin reparar en medios. Y si no van más allá en sus inconsecuencias es por temor a que resulten contraproducentes. ¡Qué si no...!Y no son solo los aspirantes a diputados los que se sienten magnánimos estos días. También lo son los agentes electorales que cobran bien por serlo. Es algo parecido a la caridad oficial, que retribuye espléndidamente a los burócratas que la representan, para que repartan unos ochavos entre los mendigos.¡Como cambia la vida estos días! Cambia ¡claro está! en la superficie. De las madrigueras políticas salen avalanchas de jefes y jefecillos que con aire belicoso tratan de llegar al corazón del pueblo, una vez más, para hacer creer a las gentes su simulado redentorismo. ¡Ellos, incapaces de gobernarse a sí mismos, queriendo hacer felices a los demás!EI Estado -dicen- hará la felicidad del pueblo con leyes benefactoras. Trabajad, sed buenos ciudadanos, enriqueced al Estado, dejadnos hacer-, es el clásico estribillo del ignorantón audaz metido a sabio. Es el retruécano del hombre de negocios que necesita una "ganzúa" parlamentaria para doblar sus millones. Es el anzuelo del abogado pobre que anda a la caza del carguito político que le ayude a ganar fácilmente los pleitos. Es el pobre diablo un poco charlatán que quiere ser "algo" y busca en los amaños electoreros el modo de lograrlo.Son divertidísimas las elecciones. Todos a una, resueltamente, tienen "razón". Cada fracción es la "única". Cada grupo es el auténtico "salvador". Cada coalición es la que está en posesión de la "verdad". Con ser diferentes y tener distinto origen, cada uno de los partidos posee el programa "redentor". Y ¡como lo defienden! Las frases más hirientes, los conceptos más mortificantes, las historietas más bajas se sueltan a chorro.Es la política; esa política en que, según la frase lapidaria, hay un porcentaje de noventa y nueve pillos por cada hombre honrado. Es la política que reparte los intereses del pueblo entre los elegidos borreguilmente. Es la política de los remiendos al hambre, parches a la miseria, cataplasmas a la ignorancia, paños calientes a la prostitución, antifaz de paz a la guerra.No obstante, la política es la mejor cosa del mundo... para los políticos. El pez en el agua no está mejor que el político en el parlamento. Aquel da coletazos si le ponen en seco; éste pronuncia detonantes alocuciones en cuanto le dan la cesantía. ¡Y como truenan!Los anarquistas resultamos unos angelitos en la tribuna, al lado de esos pescadores de río revuelto. "Haremos la revolución" - exclaman - "un fusil cuesta lo que un traje". Por ese estilo encarrilan sus arrebatadoras disertaciones, encanto de bobos y regocijo de pillos. Cada arenga estremece.Un político no se pone melancólico hasta que se queda sin acta. Vivir como un don nadie, como cualquier otro ciudadano, es para él una gran tragedia. Asi se explica lo que hacen ahora para salvarse del naufragio los ex-diputados. Se disputan los puestos con encono sacristanesco, echándose espuertas de vileza, usando, la zancadilla. Todos se creen con indiscutibles méritos a la hora de treparhacia el botín.¡Y son esas gentes las que van a salvar a España! Creo que convendría salvara España del contacto con ellos.


España a hierro y fuego (III). Lo que vió el Cristo del Otero.
Por Alfonso Camín.Editorial Norte.México, 1938.


¡A Reinosa, a Reinosa!, gritaban los sublevados, creyendo que todo se reducía a cazar hombres acorralados y sin armas como en Palencia.Pero a los dos días, a la semana, "falangistas" y ofiales, guardia civil y comerciantes armados, volvían cariacontecidos y rencorosos, buscando carne indefensa en la retaguardia. No llegaban más que hasta Aguilar de Campoó. Allí, a los primeros pasos del pueblo, en el camino de Reinosa, no encontraban infelices que asesinar. No se corrían las liebres, hasta atraparlas y tumbarlas a mansalva, como en las tierras llanas de Castilla. Sobre Aguilar de Campoo estaba la cortina de fuego de los hombres de Reinosa. Lo mismo sucedía en Cervera del Pisuerga, antes de llegar a Piedras Luengas en el camino de Potes. Los montañeses fronterizos tenían a raya a los palentinos. En Barruelo los mineros y gran parte del comercio abandonaron el pueblo. Pero desde las cumbres cercana sostenían combates con los sublevados. Más allá de Barruelo era imposible ir. Pronto dejaron de gritar: ¡A Reinosa, a Reinosa!El jefe de las fuerzas sublevadas en Palencia, desde los primeros días, era el general De la Miguela, un setentón achacoso con cuatro pelos tapando la calvay una borla tan gruesa y dorada pendiendo del ancho fajín, que bien pudiera pertenecer al viejo Pendón de Castilla. Hizo ceremoniosamente los preparativos, como militar de salón más que como hombre de guerra, y anunció su salida para Aguilar de Campoó, con la intención de meter sus tropas hasta Reinosa. Su fanfarria portuguesa no le sirvió de nada. Volvió a los pocos días a su cuartel del hotel de Palencia con la espada brillante y los botines lustrosos, el gesto más agrio y el rencor, más abierto. Su lenguaje era el de un carretero al que se le atascaba la carreta. Ahuecaba la voz de mando, pero temblaba de miedo. A la hora de comer, nos ponía guardias en todas las mesas.—Ese me da mala espina. Pónganle guardia.—Ya se le ha puesto anoche.—Y aquel otro, ¿de dónde viene?—De Madrid.—Pónganle guardia también.Me aventuro a salir al café y a mi lado se sienta uno de los ingenieros de la Naval de Reinosa, que ha logrado huir a Palencia. Es el jefe de los fascistas en Reinosa:—Lo de Reinosa no es coser y cantar—me dice. Yo no le doy mi opinión ni abro mi rostro a la alegría. No comprendo el motivo. Pero presiento que estoy vigilado.¡A Madrid, a Madrid! Gritan a lo largo de la calle Mayor Principal los que pasan en coche, fusiles en alto y alegres los gestos, rumbo a la ciudad del Pisuerga. Se avecinan las fiestas de Santiago y toda Palencia se engalana. Quiere festejar en Madrid al Santo Patrón de España, el 25 de julio.Entre el entusiasmo de minoría, -aristócratas fracasados, “señoritos” con vicios y sin fortuna, hijos de comerciantes y seminaristas- me llama la atención una muchacha fina y bella, de unos veintidós años, que va en su coche con dos o tres amigos de su misma clase, no sabemos si borracha de vino o de alegría, de rencor o de histeria. Lo que sí veo es que pasa como loca a lo largo de toda la calle, ronca de gritos y con el brazo en alto, en el que blande una pistola, apuntándole al público. Las gentes pacíficas se apartan discretamente de aquella "niña bien", medio desnuda y desgreñada. Entre sus galanes, va gritando, a todos los vientos: ¡Arriba España!Yo pienso para mí: “Otra desdichada que, como la mayoría de los que cometen este crimen nacional, sueña que va a una verbena. Si no la mata el arma enemiga, la que lleva en la mano le hará justicia.Porque la guerra se hace a base de una traición. Y esa traición, este engaño, comienza a adquirir categoría nacional. La sublevación se llevó a cabo, en un principio, al grito de ¡Viva la República! Transcurren unos días, y ya nadie habla de la República.Acaban de pasar dos camiones cargados de guardias civiles, sin orden ni concierto, gritando i Viva el rey!, con la bandera monárquica desplegada a todolo ancho y a todo lo largo de la calle Mayor de Palencia. No hacen más que consumar la traición de Queipo de Llano y de Cabanellas, los cuales han ido a Sevilla y a Zaragoza, en nombre del Gobierno, y apenas se hacen cargo del mando se quedan con los sublevados al grito de ¡Viva el rey! y ¡Viva el absolutismo! Tampoco es difícil que aparezcan dos o tres herederos de Fernando VII, en Castilla, Navarra y Andalucía. Los "requetés” ya están de enhorabuena. Abogan por su rey y cantan sus himnos. Se les da carta abierta para que asesinen a todas las personas liberales y se les promete, además de Fuenterrabía y Pasajes, la adquisición de un monarca carlista, guardado allá por un país lejano. Romántico o real, es el primer síntoma de que España comienza a ser el botín de todos los viejos apetitos de Europa. De toda la “polilla” castiza que acuchilló Goya en su “Fernando VII” y en su retrato de la reina María Luisa de Parma.Palencia, camino abierto hacia Valladolid, es una feria de colores épicos. Ya están aquí los requetés con sus boinas rojas y sus entorchados coruscantes;los falangistas con sus uniformes italianos, su mentón a lo Hitler su ceño a lo Mussolini y su brazo en alto, a la romana. Todo esto es falso y trágico, viejo y maloliente, palabras de desecho, retórica hueca. ¡Cascajo, sólo cascajo!Sobre toda esta lamentable mercancía averiada no hay más novedad que la etiqueta extranjera. Todo ajeno a la raza. Pero la ironía y el desbarajuste, ambas cosas elevadas a tipo de fuerza, inventan nada menos que este nombre de "Movimiento Nacional", el mayor escarnio que se puede escupir sobre el rostro dolorido de España, a la que lanzan sus propios hijos sobre el pozo negro de Europa.¡A Madrid, a Madrid!, ruge la podredumbre de obispos y de harineros de Castilla.Sigue la romería trágica de España. Los podencos celebran con gran alborozo el botín que presienten en la ciudad vecina. Ya en Valladolid han alcanzado un éxito rotundo los bandoleros de Dios. Se cebaron en toda la carne que no oliera a pendón monárquico y a gañanía de convento. Las beatas no piden más "que sangre y alabados".¡Valladolid, Valladolid!, gritaban los energúmenos. Exacto, Valladolid ha señalado el rumbo de este desastre de España. Allí la traición fue perfecta. Titubeaba la tropa. Hubo sus más y sus menos entre los jefes militares. Discutían en el Cuarto de Banderas. De pronto salta un traidor. Uno de los “retirados” de Azaña:-iEsto se acaba así! Sonaron varias descargas y cayeron muertos varios oficiales. Los otros fueron fusilados en el acto. Después, la tropa salió a la calle. Unas horas antes ya los falangistas eran los amos de Valladolid, mediante las armas que, como en Palencia, les entregaron los cuarteles. Las cabezas honradas dependían de estas patrullas “negras” que evocaban el nombre de España para asesinar a diestro y siniestro. El pecho lo llevaban lleno de escapularios.”Estos no van al cielo”, dicen cínicamente cuando abandonan a los muertos, atados en los caminos. Y es que todavía tienen miedo de encontrarse con las víctimas a la diestra de Dios.Terminada la matanza de todas las clases obreras y de las intelectuales, estos antropófagos con gabardina creyeron que toda España era Valladolid y partieron frenéticos hacia el Guadarrama, con el santo y seña de penetrar en la capital española y hacer la matanza más horrible que vieran los siglos. Entre los militares sublevados que acompañaban a estas jaurías iba el comandante Serrador, uno de los que conspiraban en el campo de la República, desde hacía tiempo, a cara descubierta, en compañía de Ruiz de Alda y de otros "señoritos", restos de la francachela borbónica.Madrid no era un bocado fácil. El Guadarrama se encontró cerrado por las primeras cortinas de plomo de la República. Cierto que ganaron el Alto del León bajo el fuego de los primeros aviones y de los fusileros del pueblo. Empero, el Madrid heroico que rechazó las botas de Napoleón, no podía dejarse ahora pisar por los traidores de casa. Madrid no reculaba ante los lobos. Venía a buscarlos a los montes del Guadarrama.


Eduardo Varela: el propagandista ciego.
Por Indalecio Prieto.
La política —hablo de la política honrada en que cimentó su prestigio y su popularidad el Partido Socialista Obrero Español— suele ser bastante arbitraria en sus refulgencias y oscuridades. A veces hace que resplandezcan figuras mediocres y a veces —esto es lo más lastimoso— hunde en sombrías simas de olvido a varones de claro talento que lo pusieron al servicio del ideal con abnegación rayana en el martirio.
Mirando melancólicamente a un pasado ya lejano y evocando hombres y sucesos topo con una figura singularísima, injustamente oscurecida: Eduardo Varela.
Las dos organizaciones socialistas más potentes de España, las de Vizcaya y Asturias, tuvieron por precursor a Eduardo Varela y, sin embargo, cuando se habla del movimiento obrero vizcaíno asoman siempre los nombres de Facundo Perezagua y Felipe Carretero y, si del movimiento asturiano se trata, surgen los nombres de Manuel Vigil y Manuel Llaneza. Nadie se acuerda de Varela, que en una y otra región los precedió heroicamente, muy superior a todos en cultura y elocuencia y no inferior a ninguno en espíritu de sacrificio.
El sentimiento de clase entre los jornaleros de las minas de Vizcaya lo despertó Eduardo Varela. A un asalariado de entonces le habría sido imposible la perseverancia que tamaña empresa exigía, porque el boycot patronal se la hubiese impedido, expulsándole, por hambre, de la cuenca de Triano. Varela no era un asalariado; tampoco capitalista ni perteneciente a la clase media. Dedicábase a vender novelas por entregas y libros a plazos. Todo su capital encerrábase en un lío de lienzo, repleto de cuadernos literarios, folletos filosóficos y tomos de historia. Con el fardo a cuestas y apoyándose en recia cachava, subía desde Somorrostro, Pucheta y Ortuella a Gallarta, Labarga, Orconera y La Arboleda y aún ascendía hasta las altas cumbres de Sopuerta y Galdames, peregrino del socialismo.
Cada visita a cualquiera de aquellos sórdidos barracones donde, para consumar su explotación, se albergaba forzosamente a los trabajadores, convertíase en aleccionadora conferencia a cargo del errabundo librero. Candiles humeantes alumbraban la escena. Entonces se trabajaba de sol a sol, sin más horas de reposo que las nocturnas.
Abiertos así los primeros surcos, Varela esparció la simiente de su palabra germinadora desde tablados, o ventanas y balcones, en las plazas de aquellas barriadas rojas, rojas como los montes que se agujereaban y achataban al serles arrancada la rica mena; rojas como las escombreras que, creciendo, formaban colinas nuevas con el apiñamiento de tierra inservible; rojas como los lavaderos del mineral donde el agua parecía convertirseen sangre...
Frecuentemente coincidían en cañadas y vericuetos el librero peatón y cierto mercero ambulante que, algo más holgado de recursos, cargaba telas y quincalla sobre los lomos de cansino mulo. Juntos seguían caminando departiendo, no de negocios, sino de ideas. Aquel mercero, elegido por los mineros de La Arboleda, fue el primer concejal socialista en San Salvador del Valle y uno de los primeros ediles de nuestro Partido en España: Facundo Alonso.
Más tarde, Varela pasó de Vizcaya a Asturias y allí recorrió los negros valles hulleros con igual comercio y el mismo afán catequístico. En Asturias una terrible dolencia le dejó sin vista. Ya no podía ir solo por caminos y senderos a repartir entregas y vender folletos, pero aún era útil para la propaganda y no hubo pueblo carbonero donde no encontrara eco la palabra encendida del tribuno ciego. Yo le conocí años después, cuando, en breve temporada de descanso, volvió por Vizcaya. En casa de Felipe Merodio, generoso huésped, rodeábamos diariamente a Varela varios muchachos socialistas, ávidos de adoctrinarnos. Oiámosle embelesados, contemplándole como a un Iluminado…, un iluminado que no veía la luz.
Durante una de aquellas inolvidables charlas, yo, siempre impulsivo, le interrumpí, no sé con qué motivo, y otro contertulio, entre mordaz y cariñoso, aconsejóle que no me hiciera caso por ser yo medio loco. Varela, tras disculpar mi destemplanza, púsose a discurrir sobre la locura, deciéndonos que más comunmente solía ésta adueñarse de personas frías, poco expansivas, que de las fogosas y exaltadas. Me impresionó profundamente aquella definición profética, dicha con palabra reposada por el orador de los ojos muertos…
A poco tiempo Varela perdía la razón, tan fácil de quebrarse en quienes cegaron siendo adultos. Mirarse mucho por dentro sin poder mirar hada afuera, quizás promueva la demencia; porque el espantoso espectáculo interior avasalle la mente, necesitada, en compensación, de frívolas distracciones externas. Pero ¡ay!, si una noble hiperestesia recarga dentro del alma pesares de la propia desgracia con angustias por ajenos infortunios —los de la humanidad toda— entonces, rompiéndose el alma, se arruina la razón.

No hay comentarios:

Twitter Delicious Facebook Digg Stumbleupon Favorites More